Un aspecto importante que hace parte de nuestro paradigma es la condición
de incontestable supremacía de la que tiende a gozar el Estado moderno. Desde la
formación de nuestros valores éticos y morales hasta nuestra concepción de la
realidad, del universo, del hombre, y por supuesto del Estado mismo, su
influencia es preponderante y su magnitud difícilmente reconocida.
Lejos de ser una
institución imparcial en función y representación de los deseos de su ciudadanía,
el Estado es, por el contrario, una entidad sumamente poderosa con vida propia,
y con ideales, intereses y ambiciones generalmente proyectados al resto de la
población. Es decir, en lugar de ser el Estado una extensión de la Nación o de
la población como debería ser, la realidad es que, en la mayoría de los casos
en el mundo, es la ciudadanía la que se ha convertido en un apéndice al
servicio de los intereses del Estado.
Nada más sencillo para
comprender esta situación que explorar el peso que ejerce el Estado sobre los
aspectos más íntimos de la persona. Muchas naciones califican a un hijo
engendrado fuera del matrimonio legal como “ilegítimo”, estigmatizando al
individuo al negarle ciertos derechos con respecto a un hijo considerado legítimo.
Ello es valorar a la unión entre dos seres humanos practicada sin su beneplácito
como una menos digna. Denigrar un hijo, un ser humano al fin, sencillamente por
ser el producto de un acto íntimo y natural conducido fuera de las regulaciones
aspiradas por el Estado es su intromisión más clara en una de las actividades más
sagradas del ser humano.
Su dominio ha llegado a
entrar en lo más íntimo y privado del individuo usurpando incluso la soberanía que
nuestra mente ejerce sobre nuestros propios cuerpos cuando el Estado se
atribuye el derecho de dictaminar qué sustancias podemos ingerir y cuáles no,
en el caso de las drogas por ejemplo. Nada hay más soberano, natural y puro que
lo que por mutuo consentimiento una pareja adulta decida emprender en la
intimidad de sus relaciones. Sin embargo, cuando se cometen ciertos actos
íntimos particulares o se da un intercambio de dinero, o cuando el género en la
relación es el mismo, son muchos los Estados que punen dichas actividades
calificándolas como ilegales, inmorales o peor -a pesar de no haberse
ocasionado perjuicio alguno sino más bien todo lo contrario.
No obstante el Estado denigra nuestra
humanidad al interferir nuestra consciencia juzgándonos como seres inmaduros e
irresponsables, al mismo tiempo paradójicamente sí nos considera lo
suficientemente sensatos a los 18 años, y en algunos casos hasta a menor edad, para
entregarnos armamento letal y conducirnos, en el caso de un conflicto bélico,
en una moralidad glorificada y designada legitimidad ir a masacrar vidas en su
nombre.
“Toda
la historia es la lucha del individuo contra las instituciones,"
Emma Goldman (1869-1940) Anarquista,
libertaria, feminista de origen lituano
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