"Sostengo que la Verdad es una tierra sin caminos, y no es posible acercarse a ella por ningún sendero, por ninguna religión, por ninguna secta. La verdad puede ser descubierta por cualquiera de nosotros, sin la ayuda de autoridad alguna; al igual que la vida, está siempre presente en un sólo instante"

Jiddu Krishnamurti

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Wednesday, September 21, 2016

Supremo asesino


Un aspecto importante que hace parte de nuestro paradigma es la condición de incontestable supremacía de la que tiende a gozar el Estado moderno. Desde la formación de nuestros valores éticos y morales hasta nuestra concepción de la realidad, del universo, del hombre, y por supuesto del Estado mismo, su influencia es preponderante y su magnitud difícilmente reconocida.
Lejos de ser una institución imparcial en función y representación de los deseos de su ciudadanía, el Estado es, por el contrario, una entidad sumamente poderosa con vida propia, y con ideales, intereses y ambiciones generalmente proyectados al resto de la población. Es decir, en lugar de ser el Estado una extensión de la Nación o de la población como debería ser, la realidad es que, en la mayoría de los casos en el mundo, es la ciudadanía la que se ha convertido en un apéndice al servicio de los intereses del Estado.
Nada más sencillo para comprender esta situación que explorar el peso que ejerce el Estado sobre los aspectos más íntimos de la persona. Muchas naciones califican a un hijo engendrado fuera del matrimonio legal como “ilegítimo”, estigmatizando al individuo al negarle ciertos derechos con respecto a un hijo considerado legítimo. Ello es valorar a la unión entre dos seres humanos practicada sin su beneplácito como una menos digna. Denigrar un hijo, un ser humano al fin, sencillamente por ser el producto de un acto íntimo y natural conducido fuera de las regulaciones aspiradas por el Estado es su intromisión más clara en una de las actividades más sagradas del ser humano.
Su dominio ha llegado a entrar en lo más íntimo y privado del individuo usurpando incluso la soberanía que nuestra mente ejerce sobre nuestros propios cuerpos cuando el Estado se atribuye el derecho de dictaminar qué sustancias podemos ingerir y cuáles no, en el caso de las drogas por ejemplo. Nada hay más soberano, natural y puro que lo que por mutuo consentimiento una pareja adulta decida emprender en la intimidad de sus relaciones. Sin embargo, cuando se cometen ciertos actos íntimos particulares o se da un intercambio de dinero, o cuando el género en la relación es el mismo, son muchos los Estados que punen dichas actividades calificándolas como ilegales, inmorales o peor -a pesar de no haberse ocasionado perjuicio alguno sino más bien todo lo contrario.
 No obstante el Estado denigra nuestra humanidad al interferir nuestra consciencia juzgándonos como seres inmaduros e irresponsables, al mismo tiempo paradójicamente sí nos considera lo suficientemente sensatos a los 18 años, y en algunos casos hasta a menor edad, para entregarnos armamento letal y conducirnos, en el caso de un conflicto bélico, en una moralidad glorificada y designada legitimidad ir a masacrar vidas en su nombre.

“Toda la historia es la lucha del individuo contra las instituciones,"
 Emma Goldman (1869-1940) Anarquista, libertaria, feminista de origen lituano

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