"Sostengo que la Verdad es una tierra sin caminos, y no es posible acercarse a ella por ningún sendero, por ninguna religión, por ninguna secta. La verdad puede ser descubierta por cualquiera de nosotros, sin la ayuda de autoridad alguna; al igual que la vida, está siempre presente en un sólo instante"

Jiddu Krishnamurti

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Sunday, June 16, 2013

¡Qué Dios extraño!

    
    Es algo extraño que Dios, luego de haber creado al hombre soberano y con la facultad de poder elegir, es decir con el libre albedrío, pues decida intervenir imponiendo toda una serie de prohibiciones. Tal es una de las cualidades de Dios como se referencia en varios pasajes bíblicos.
No robarás, no cometerás adulterio, no matarás, entre otros dictámenes, le enjuició Dios a Moisés. No comerás del fruto prohibido, le ordenó a Eva. Algunos mandamientos son patentemente obvios, otros quizás menos; pero ¿no es acaso extraño que  ese Dios bondadoso y de amor incondicional de numerosas religiones sea al mismo tiempo, por lo menos en la tradición judío-cristiana, contradictoriamente un Dios condicional, prohibitivo y punitivo, además de suspicaz de su propia creación (como por ejemplo cuando le exigió una prueba lealtad a Abrahán)? Aparentemente su omnisciencia no le permitió conocer de antemano la futura voluntad de Abrahán ni la de Eva cuando esta eligió desobedecer sus órdenes de no comer el fruto prohibido. O bien estamos en presencia de un Dios imperfeto, desconfiado y malicioso, o bien no es ni omnisciente, ni omnipotente, ni incondicional.
El Dios bíblico nos crea dotándonos con necesidades y habilidades, para luego paradójicamente intervenir en un segundo tiempo queriendo restringir su uso, imponiendo toda una serie de reglas y castigándonos por esa nuestra imperfecta naturaleza humana que Él mismo creó. ¡Qué extraño que la divinidad se vea en la necesidad de rectificar! Sin embargo, Si Dios es perfecto, y si nos creó dotándonos con la opción del libre albedrío y otras capacidades, pues habrá sido porque su intención fue precisamente para que las utilizáramos, a pesar de sus posibles ramificaciones negativas. De lo contrario, y siguiendo un razonamiento que va más allá de lo meramente teológico, pues sencillamente Dios pudiese haber hecho a menos de habernos implementado dichas aptitudes.
Esto por supuesto no excusa en manera alguna el ejercicio de la maldad, ni el violar sanos principios como no robar o no matar, así como tampoco niega la divinidad; sino más bien se trata de llevar a cabo el estudio crítico y escrupuloso sobre la naturaleza de la realidad, lo cual incluye aquello que llamamos Dios. Si Dios nos creó dotándonos con la facultad de la razón y con la capacidad de dudar, pues fue para que pudiésemos cuestionar todas las cosas, incluyendo al mismo Creador. Ese es el significado del ejercicio del libre albedrío. Existen pecados que no se prohíben en los principales mandamientos, algunos de suma gravedad como por ejemplo la violación; mientras que una práctica denigrante como la esclavitud está permitida en el Antiguo Testamento. ¿Acaso omitir explícitamente la prohibición de un determinado mal avala su práctica? Por supuesto que no. La espiritualidad, que es una experiencia íntima, trasciende la religión.
Es precisamente el intelecto lo que permite la contemplación de lo divino. La religión no es imprescindible para la moralidad, el progreso y la sana convivencia humana; la empatía y un elevado nivel de conciencia sí lo son.

“Honrad la Religión, desconfiad de las religiones”
Máxima taoísta

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