Quizás el título podrá parecer una contradicción en términos para algunos. Pero ello en realidad depende de cómo definamos a la religión - lo cual se abordará a continuación. “Divide et impera”, divide y reinarás en latín como legado de la Roma imperial, es el principio que aplica cualquier forma de poder – político, económico, sicológico, empresarial o cual sea - en aras de maximizar el dominio, y preservar la autoridad y el control. Es decir, fragmentando a la población de tal manera de impedir una unificación efectiva que pueda desafiar o abolir al poder imperante y status quo. Quizás el poder religioso como tal prescinda de dichas tácticas; sin embargo, lo cierto es que estamos sujetos a la definición del concepto de religión - y de Dios - que prevalece y que promueven las organizaciones religiosas, precisamente por su condición de ser dichas instituciones estructuras de orden jerárquico, por su influyente rol en las sociedades y por no estar exentas del juego y el aparato político.
Como organizaciones creadas por el hombre, las
religiones están sujetas a las imperfecciones, características y limitaciones
que les son propias al ser humano. En una de sus charlas, ese gran sabio de
origen hindú que fue Jiddu Krishnamurti, aseveraba que el significado original
del término religión es esencialmente uno: unión. Afirmaba que ese significado
original ha ido corrompiéndose con el tiempo y por otros factores hasta llegar
a ser asociado hoy día casi exclusivamente con Dios, la divinidad, o la
reverencia. Aunque los estudiosos aun
debaten sobre su definición y preciso origen etimológico, lo cierto es que hay
una cosa que no se puede refutar: a pesar de su mensaje de amor y paz, el alto número
de religiones que proliferan por el mundo en realidad no ha hecho otra cosa que
contribuir a la división del hombre así como a confundirlo. Tal y como lo expresó éste maestro en aquella
misma charla: “todas las formas de organización política han fallado, no han
solucionado los problemas humanos… las organizaciones religiosas no han acabado
con el sufrimiento humano, agonías, guerras y el caos que impera por el mundo,
sino todo lo contrario: han separado al ser humano mediante creencias, dogmas,
ritos y todo ese disparate.”
Que Dios es libre
y demasiado grande para ser apoderado por grupo o institución humana alguna es
un principio congruente con la enseñanza de Cristo, así como también de otros
enviados espirituales. Sin embargo, este concepto es contrario a lo que
promueven las organizaciones religiosas y que en dichos nombres pretenden
operar. La rivalidad entre estas por la supremacía en definir a Dios, y su afán
en adquirir prosélitos, alienta la división entre el ser humano y fragmenta
nuestra concepción de lo divino. Dios va inquirido no en doctrinas, edificios
ni en organizaciones humanas; sino, como dijo el griego Anaximandro, en lo
indefinido: allí donde el hombre no puede llegar corrompiendo ni imponiendo sus
limitadas creaciones y, a menudo falaces, verdades.
Como bien señala Krishnamurti, el problema humano es
global, y debe ser afrontado de esa manera. Sin embargo, mientras prevalezca el
ego y las religiones pretendan imponer la “verdad” mediante estructuras de
poder, reinará la división a nivel global impidiendo una visión clara del
mosaico de la vida.
“Dios no requiere de
ninguna sinagoga, excepto en el corazón”
Dicho jasídico
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