"Sostengo que la Verdad es una tierra sin caminos, y no es posible acercarse a ella por ningún sendero, por ninguna religión, por ninguna secta. La verdad puede ser descubierta por cualquiera de nosotros, sin la ayuda de autoridad alguna; al igual que la vida, está siempre presente en un sólo instante"

Jiddu Krishnamurti

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Saturday, February 5, 2011

Muhammad Ali y la guerra

Cuando le preguntaban a Muhammad Ali, nombre asumido por esa gran figura del boxeo que fue Cassius Clay después de haberse convertido al Islam, de el por qué rehusaba alistarse en el ejército estadounidense para ir a combatir en Vietnam, respondía diciendo que ningún vietnamita le había causado daño alguno, por lo que no veía razón para participar en ese conflicto e irlos a matar.
Es la respuesta más sensata, inteligente, justa y humana que puede alegar un individuo quien por soberanía propia y sano principio decide no participar en una actividad tan bárbara e inhumana como lo es una conflagración bélica. Calificar a Muhammad Ali de cobarde, además de inapropiado, es sencillamente no entender el problema de fondo: el sistema imperante que condiciona y obliga a un ser humano a participar en actividades tan abominables y a cometer actos tan detestables e innobles como masacrar vidas, lo cual ante Dios no es otra cosa que un atroz acto criminal y el mayor de los pecados, sin embargo convertido en legalidad bajo la cobija conferida por la legitimidad de la institucionalidad del Estado. Tal y como la definió hace más de un siglo el historiador y político francés Alphonse de Lamartine: “la guerra no es más que un asesinato en masa.”
Apuntando a la fuerte discriminación y segregación racial que en esa época existía en ese país, Ali señalaba la duplicidad de su gobierno cuando preguntaba por qué razón habría de ponerse un uniforme e ir a combatir a miles de kilómetros de distancia sacrificándose en nombre de su patria “asesinando gentes (killing brown people) y quemando naciones”, cuando ese su mismo país trataba a su población negra como “perros” negándole derechos civiles básicos. Por desobedecer la ley de reclutamiento militar fue arrestado, despojado de su título de boxeo y suspendida su licencia de boxeador. Sin embargo declaró que estaba dispuesto a ir a prisión por su rebeldía, ya que según Ali la guerra no tenía como fin la libertad ni la igualdad, sino solo servía para perpetuar la discriminación racial, el sistema de dominación y las injusticias en su país.
Toda defensa ante la agresión es legítima. Pero la agresión nunca se presenta como tal, sino como víctima, como digna respuesta a condiciones generadas ajenas a su voluntad. Es allí donde subyace la fuerza del Estado agresor y su capacidad coercitiva: manipulando la realidad, la consciencia, las necesidades y los sentimientos de la población para que apoye e intervenga en actividades tan terribles e ignominiosas que de otra manera cualquier individuo con sano uso de la razón simplemente se negaría en participar, actividades sin embargo indudablemente de beneficio para aquellos intereses particulares que las promueven.
Ali vio claro y entendió bien las acciones que su gobierno, en nombre del interés nacional, le estaba incitando (obligando) a cometer: asesinar seres humanos. Su inteligencia y valentía consistieron no en una simple postura reaccionaria en contra de lo que dictaminaba su gobierno; sino en haber comprendido el interés velado de una poderosa minoría gobernante encubriéndose en el patriotismo, y en el crimen e injusticia en que hubiese incurrido de haber participado en aquel conflicto. La guerra no es otra cosa.

“No existe la guerra inevitable. Si llega, es por fallo del hombre.”
Andrew Bonar Law (1858-1923) Político inglés.

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