Julio César, general romano, hombre de estado y sabio
que fue, solía decir que los hombres creen gustosamente aquello que se acomoda
a sus deseos. Es decir, solemos creer porque gusta, conviene o por simple inercia,
y no por analizar fría e imparcialmente la información. La contraparte de esta costumbre
es que cuando escuchamos informaciones desagradables, contrarias o incómodas que
puedan aparentar ser por cualquier razón, generalmente tendemos a desecharlas y
a no darles la consideración adecuada. Dicho de otra manera, somos poco
objetivos.
La inconveniencia de este generalizado, frecuente y
difícilmente reconocido hábito es que desafortunadamente nos conduce, sin
darnos cuenta, a creer en falsedades y mentiras y, asimismo, en erróneamente descartar verdades. Generalmente solemos creer
instintivamente y con poco recelo en aquello que agrada y que encaja con nuestros
preconceptos y suposiciones; mientras que aquellas informaciones, datos y
perspectivas que los contradigan, o aparentan hacerlo, tienden a ser rechazados
de antemano, eludiendo así el análisis crítico. En otras palabras, sobreponer
lo que sugiere el corazón a lo que dicta la razón no necesariamente conduce a
decisiones acertadas. Pero a la vez, tampoco hay que subestimarlos, ya que
junto con la intuición los sentimientos constituyen un factor que nos puede ser
de utilidad a la hora de tomar decisiones. Al mismo tiempo, aunque la razón no
lo es todo, su uso es primordial.
Los casanovas, propagandistas, vendedores de ilusiones,
y falsos profetas y mesías que por todas partes abundan conocen muy bien esta
verdad fundamental de la sicología humana: la de a menudo dejarnos dominar por las
emociones. Las palabras bonitas disuaden el razonamiento crítico. Por comodidad
las aceptamos de inmediato con escasa evaluación de la situación puesto que nos
halagan y resuenan con nuestra persona y deseos. Pero lo que en realidad
estamos haciendo cuando así actuamos es distraernos, dejarnos dominar por la
pasión y predisponernos a ser manipulados. La propaganda omite los mensajes y
datos negativos e inconvenientes y no dicen toda la verdad, sino únicamente aquello
que nos agrada escuchar. Su táctica es tocar las emociones. Es un talento compartido
y frecuentemente empleado por los políticos, y, como si de una regla se tratare,
reflejada en la frase de Julio César, quien además de haber sido un exitoso
estratega militar, también fue un hábil hombre político.
Si queremos ser objetivos y obtener una visión mas
clara de las cosas, hay que asumir una cierta frialdad y desapego, pausar y razonar
tomando en consideración también aquello que aparenta ser contrario, negativo o
inverosímil; de esa manera podemos acercarnos más a la verdad. Es precisamente la
facultad del intelecto la que nos permite reconocer que hay espacio para la intuición. La virtud está en
el medio, y en aras del equilibrio en la toma de decisiones, los sentimientos nos
pueden servir de barómetro o brújula, pero el intelecto es el timón.
“El que no sabe razonar es un necio; el que no quiere razonar es un
fanático; el que no se atreve a razonar es un esclavo”.
Andrew Carnegie (1835-1919) Industrial, empresario y filántropo
estadounidense
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