"Sostengo que la Verdad es una tierra sin caminos, y no es posible acercarse a ella por ningún sendero, por ninguna religión, por ninguna secta. La verdad puede ser descubierta por cualquiera de nosotros, sin la ayuda de autoridad alguna; al igual que la vida, está siempre presente en un sólo instante"

Jiddu Krishnamurti

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Sunday, July 29, 2012

Egocentrismo cósmico


La visión del universo que prevalece en la modernidad generalmente cae en dos campos principales: la científica y la espiritual. Según la perspectiva científica, el cosmos que rodea nuestro planeta no es más que un monumental cúmulo de material inerte compuesto por un sinfín de estrellas, cometas, gases y otros astros y materias conformando galaxias las cuales merodean por el éter sideral en gigantescas órbitas sin dirección ni propósito específico alguno excepto el ocasionado por una colosal explosión accidental ocurrida eones atrás. En contraste, tanto la perspectiva espiritual como la religiosa interpretan el universo no como una casualidad, sino como la manifestación de la intención creadora de alguna entidad divina, llámesele Dios o Inteligencia Cósmica, capaz de originar el tiempo, la materia y el universo entero. A pesar de las diferencias de enfoque, tanto la perspectiva científica como la espiritual comparten un aspecto en común: en ambas tiende a prevalecer la visión de un cosmos en el cual la vida inteligente y nuestro mundo constituyen no la norma que lo permea, sino una excepción privilegiada.
La perspectiva religiosa y teológica tiende a suponer al hombre como un insuperable, máximo y singular logro de la intención divina generalmente colocándolo en un pedestal en el centro de la creación en un universo hecho a su medida, raramente reconociendo que excluir la posibilidad de un universo poblado con vida disminuye la imagen y magnificencia de ese inconmensurable Creador Supremo Universal. Por su parte, la visión científica y materialista incurre en una similar arrogancia cuando presumidamente descarta la posibilidad de que los mismos procesos evolutivos y químicos que de manera espontánea llevaron a la formación de nuestro planeta y vida pudiesen haberse reproducido similarmente en otras partes. ¿O es que acaso seremos tan descomunalmente afortunados?
Pese a ello, o quizás precisamente por la promoción institucionalizada de tales perspectivas, la concepción del universo como algo allá afuera caótico, extraño, o majestuoso, persiste en la psiquis humana como una realidad de esencia distinta y separada de la nuestra. Nos rehusamos a querer reconocer que somos apenas una gota en la descomunal vastedad oceánica cósmica en la cual estamos sumergidos e inexorablemente interconectados sujetos a las mismas leyes universales. En otras palabras, nuestro mundo no es sino un microcosmos representativo de la realidad del universo.
Esa cosmovisión egocéntrica tan predominante en nuestras sociedades no es una mera abstracción inconsecuente, sino que tiene repercusiones palpables tan sucintamente reflejadas en nuestro distanciamiento y desconexión con la naturaleza, la vida animal y entre el mismo ser humano. Es una visión antropocentrista y excluyente que además de conducir a conflictos, perspectivas distorsionadas y modos de vivir disociados, impide considerar un universo en donde la vida no sea una descomunal suerte, error, o bendición privilegiada, sino la regla que lo define, la ubicuidad que desafortunadamente aún desconocemos, en buena medida debido a esa insolente arrogancia de concebir la gota aislándola, ensalzándola y separándola del océano.

“Sería inexcusablemente egocéntrico sugerir que somos solos en el cosmos”
Dr. Neil deGrasse Tyson (1958- ) Astrofísico y divulgador científico estadounidense

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