En la búsqueda por comprender la naturaleza y comportamiento
humanos, los estudiosos en las ciencias sociales y económicas han llegado a
definir dos modelos conceptuales, sin embargo totalmente opuestos.
En síntesis, el modelo del “homo economicus”, u hombre
económico, asume que el hombre es una criatura absolutamente individual,
egoísta: todo lo que hace viene determinado exclusivamente por una decisión
basada en el beneficio personal. Su producción, para bien o para mal, es el
resultado de una motivación puramente individualista. En contraste, según el
modelo del “homo reciprocans”, u hombre recíproco, término dado por el profesor
de economía Samuel Bowles de la Universidad de Massachusetts en Amhrest en E.E.U.U.,
el ser humano produce y toma decisiones económicas anteponiendo el bien
colectivo al interés individual. Este concepto expresa que los seres humanos
interactúan con el propenso a la cooperación, y que están predispuestos a
negociar el interés individual en aras de lograr un balance con el bien de la
colectividad de la cual forman parte.
Ambos modelos no son exentos de críticas ni de inconsistencias.
En el hombre económico, el incentivo para producir y crear es precisamente su
egoísmo, su ambición e interés personal en aras de lograr un beneficio
individual. De no ser por ese interés personal, nadie tendría iniciativa ni
motivación alguna para producir. Aunque su motivación en realidad no es la del
bien colectivo, la sociedad sin embargo se beneficia en cierto modo de su
egoísmo. Es la “mano invisible” a la cual se refería el economista y filósofo
escocés Adam Smith.
En el hombre recíproco, la iniciativa es netamente
social: coopera y comparte; es decir, en contraste con el hombre económico, no
antepone el egoísmo personal ante el colectivo. Sin embargo, la crítica dirá
que el altruismo en realidad no existe: que la razón fundamental por la que
ayudamos y cooperamos con nuestros semejantes es porque esas acciones nos traen
una cierta satisfacción, un sentido de logro, identidad, gratificación o paz personal;
y ese deseo o motivación es en sí también una forma de egoísmo. Generalmente no
conducimos, conscientemente, actividades perjudiciales ni auto destructivas. Es
decir, detrás de nuestras más generosas, altruistas y benévolas de las acciones
en realidad subyace el interés personal.
En fin, el hombre egoísta de Adam Smith no es tan
egoísta después de todo puesto que en realidad produce beneficios para la colectividad;
y el hombre recíproco de Bowles tampoco es tan recíproco después de todo ya que
su incentivo comunitario es en realidad individualista. Así pues ¿qué somos en
realidad, inherentemente egoístas o altruistas? Será mejor pensar que somos
ambos, un poco de cada cual. Todos realizamos actividades tanto egoístas como
altruistas en algún u otro grado todo el tiempo. El ser humano es tanto
individuo como ser social, pero además, es también un ser espiritual; y las definiciones
extremas, absolutas y excluyentes no son tan constructivas que digamos a la
hora de ayudarnos a comprender mejor esta nuestra tan compleja y misteriosa
naturaleza humana.
“No hay cosas sin interés.
Tan sólo personas incapaces de interesarse.”
Gilbert
Keith Chesterton (1874-1936) Escritor británico.
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