"Sostengo que la Verdad es una tierra sin caminos, y no es posible acercarse a ella por ningún sendero, por ninguna religión, por ninguna secta. La verdad puede ser descubierta por cualquiera de nosotros, sin la ayuda de autoridad alguna; al igual que la vida, está siempre presente en un sólo instante"

Jiddu Krishnamurti

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Tuesday, June 12, 2012

¿Homo economicus o reciprocans?


En la búsqueda por comprender la naturaleza y comportamiento humanos, los estudiosos en las ciencias sociales y económicas han llegado a definir dos modelos conceptuales, sin embargo totalmente opuestos.
En síntesis, el modelo del “homo economicus”, u hombre económico, asume que el hombre es una criatura absolutamente individual, egoísta: todo lo que hace viene determinado exclusivamente por una decisión basada en el beneficio personal. Su producción, para bien o para mal, es el resultado de una motivación puramente individualista. En contraste, según el modelo del “homo reciprocans”, u hombre recíproco, término dado por el profesor de economía Samuel Bowles de la Universidad de Massachusetts en Amhrest en E.E.U.U., el ser humano produce y toma decisiones económicas anteponiendo el bien colectivo al interés individual. Este concepto expresa que los seres humanos interactúan con el propenso a la cooperación, y que están predispuestos a negociar el interés individual en aras de lograr un balance con el bien de la colectividad de la cual forman parte.
Ambos modelos no son exentos de críticas ni de inconsistencias. En el hombre económico, el incentivo para producir y crear es precisamente su egoísmo, su ambición e interés personal en aras de lograr un beneficio individual. De no ser por ese interés personal, nadie tendría iniciativa ni motivación alguna para producir. Aunque su motivación en realidad no es la del bien colectivo, la sociedad sin embargo se beneficia en cierto modo de su egoísmo. Es la “mano invisible” a la cual se refería el economista y filósofo escocés Adam Smith.
En el hombre recíproco, la iniciativa es netamente social: coopera y comparte; es decir, en contraste con el hombre económico, no antepone el egoísmo personal ante el colectivo. Sin embargo, la crítica dirá que el altruismo en realidad no existe: que la razón fundamental por la que ayudamos y cooperamos con nuestros semejantes es porque esas acciones nos traen una cierta satisfacción, un sentido de logro, identidad, gratificación o paz personal; y ese deseo o motivación es en sí también una forma de egoísmo. Generalmente no conducimos, conscientemente, actividades perjudiciales ni auto destructivas. Es decir, detrás de nuestras más generosas, altruistas y benévolas de las acciones en realidad subyace el interés personal.
En fin, el hombre egoísta de Adam Smith no es tan egoísta después de todo puesto que en realidad produce beneficios para la colectividad; y el hombre recíproco de Bowles tampoco es tan recíproco después de todo ya que su incentivo comunitario es en realidad individualista. Así pues ¿qué somos en realidad, inherentemente egoístas o altruistas? Será mejor pensar que somos ambos, un poco de cada cual. Todos realizamos actividades tanto egoístas como altruistas en algún u otro grado todo el tiempo. El ser humano es tanto individuo como ser social, pero además, es también un ser espiritual; y las definiciones extremas, absolutas y excluyentes no son tan constructivas que digamos a la hora de ayudarnos a comprender mejor esta nuestra tan compleja y misteriosa naturaleza humana.

“No hay cosas sin interés. Tan sólo personas incapaces de interesarse.”
Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) Escritor británico.

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