Aunque no hay que
ser catedrático para avizorar la perversidad extrema que puede desatar un
conflicto bélico, el académico norteamericano Howard Zinn, profesor de la Universidad
de Boston durante 24 años, nos recuerda sobre esta nefasta realidad y por qué es
necesario concientizarla si queremos en alguna manera mejorar la condición
humana.
Con relatos de su
propia experiencia personal como bombardero en la segunda Guerra Mundial, este
historiador y activista solía exponer en sus charlas cómo la guerra corrompe y
envenena a todas las partes involucradas. Explicaba cómo había observado que
entre sus compañeros de batalla no existía ningún deseo espontaneo genuino
interior de participar y matar a nadie; lo que lo llevó a reflexionar y a
concluir que la guerra y el instinto de asesinar no es un hecho natural en el
ser humano. La explicación, según Zinn, es que la voluntad de participar en un
conflicto bélico y disparar y lanzar bombas al enemigo viene impuesta en el
soldado por el entrenamiento militar e infundida en el individuo por la acción promocional
del Estado. Zinn señala que las guerras no nacen por aclamación popular, sino
que son los líderes de una nación los que las impulsan y preparan a la
población para que participe. Para este fin existen dos maneras según este
académico: una, mediante la persuasión y el engatusamiento: es decir a través
de la maquinaria propagandística. La otra es mediante la coerción y la fuerza:
o sea el servicio obligatorio. “No es que los lideres siguen la voluntad del
pueblo, sino que la voluntad del pueblo es manufacturada por parte de los
lideres”, sintetizándolo en sus mismas palabras.
Sus lecturas sobre
estudios conducidos por antropólogos sobre sociedades primitivas lo llevaron a
concluir que no existe evidencia científica de que la violencia sea algo
inherente y natural en el ser humano. Según los antropólogos algunas culturas
tienden a ser violentas, mientras que otras tienden a ser pacíficas, siendo la
determinante para ello las circunstancias ambientales bajo las cuales se vive.
Es decir, la agresión no es una cualidad universal, ni la guerra parte
inevitable de la naturaleza humana, sino que más bien son las condiciones
externas las que influyen y en buena medida determinan el comportamiento
humano. Y a pesar de que pueda existir una propensión inherente hacia la
violencia en algunos, Zinn nos recuerda que ella puede expresarse tomando
varias formas y no necesaria y únicamente mediante la agresión física al
prójimo.
La solución no es
una paz que perdure entre un conflicto y el próximo, sino un cambio radical de
sistema en el cual la guerra pierda su razón de ser y lucro, y la empatía tome
primer lugar ante la ambición. Pero ello es imposible sin la más profunda y
significativa de todas las transformaciones: la de la conciencia humana.
“No podemos tener paz si sólo
estamos interesados en la paz. La guerra no es un accidente. Es el resultado
lógico de una determinada forma de vida. Si queremos atacar a la guerra,
tenemos que atacar esa forma de vida”
A.J. Muste, activista político y
pacifista estadounidense
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