Así como los dogmas y fundamentalismos no son excesos que pertenecen únicamente a las religiones, tampoco es la fe una potestad o cualidad exclusivamente religiosa. La palabra fe tiene sus raíces en el verbo latín “fidere” que sencillamente significa creer o tener confianza en algo o alguien. Aunque generalmente tiene una connotación religiosa, el concepto de fe, o confianza, en sí, constituye uno de los pilares fundamentales de la convivencia humana. Creer en la palabra del prójimo, en las instituciones, en las obligaciones comerciales, en las autoridades y en un sinfín de cotidianidades que generalmente tendemos a dar por dadas, es lo que crea la cohesión y condiciones necesarias para que la sociedad pueda funcionar como tal.
Generalmente no nos percatamos del rol
fundamental y extensivo que la confianza juega en innumerables aspectos de nuestras
vidas. Cuando leemos los periódicos y escuchamos las noticias, es precisamente
la fe lo que nos permite creer en las informaciones que estamos percibiendo,
puesto que generalmente no tenemos manera de corroborar personalmente hechos
reportados desde miles de kilómetros de distancia, apartados en el tiempo, ni pronunciados
por desconocidos. Igualmente sucede con la enseñanza académica: es fe en
nuestros profesores así como la de éstos en sus predecesores y en autores
distantes lo que nos permite aceptar informaciones y datos provenientes desde
eras lejanas. Es nuestra confianza y fe en los sistemas políticos, económicos y
sociales el principal factor que los sostiene y perpetúa.
Bien es cierto que las religiones se
fundamentan en eventos fuera de lo ordinario, por lo cual requieren de la fe
para poder sustentarse, y de ahí que esta palabra tiende a ser asociada casi
exclusivamente con contextos de difícil corroboración. Sin embargo no se puede
vivir sin fe. El hombre necesita creer
para vivir: en el futuro, en el amor, en la familia, la amistad, en uno mismo. Incluso
el ateo y el nihilista creen: creen en aquello que profesan. Pensar es creer. Es
decir, la fe es un aspecto humano universal del cual todos hacemos uso instintivo
en algún u otro grado todo el tiempo en innumerables aspectos de la vida cotidiana,
pero que ha sido desafortunadamente, digámoslo así, “monopolizado” por las
religiones. La expresión “tener fe” no tiene por qué estar ligada exclusivamente
con lo religioso, con Dios, ni ciegamente con lo incomprobable. Como dijo
Tolstoi: “La fe es la fuerza de la vida. Si el hombre vive es porque cree en
algo”.
El politólogo estadounidense Francis
Fukuyama en un interesante libro titulado “Trust” (confianza), expone un
estudio realizado a nivel global en donde demuestra cómo aquellas sociedades en
donde prevalecen mayores niveles de confianza en las relaciones humanas gozan
de mayor espíritu colaborativo y prosperidad con respecto a aquellas en donde
impera la desconfianza. A pesar que este aspecto tan fundamental para la
convivencia es abusado por el malintencionado, por elites perversas, y corroído
por la difidencia; la fe y la confianza no solamente constituyen la base de una
sociedad sana sino que, tal como lo expone Fukuyama, también son un factor
imprescindible para el progreso y el avance económico.
“La buena
fe es el fundamento de toda sociedad, la perfidia es la peste.”
Platón (427
AC-347 AC) Filósofo griego.
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