La razón por la que ha existido y existe tanta
variedad de culturas a lo largo y ancho del planeta es debido a la esencia
elástica del ser humano, a su flexibilidad y facultad de adaptarse a
condiciones y entornos tan diversos, a veces adversos, así como a su capacidad
de plasmar ideales y visiones. Es decir, la existencia de tantas sociedades,
culturas, religiones, formas y estilos de vida tan diversos por el mundo
confirma el hecho de que aunque el ser humano es uno sólo, no existe una única
y particular manera de vivir a la cual pudiéramos catalogar como la definitiva,
válida, superior o insuperable.
No son pocas las sociedades que por presuntuosidad se
han considerado mejores que las demás, suponiendo su religión como la única y
verdadera, y sus valores, costumbres, principios, modales, e incluso historias,
como superiores. Pero tal como no podemos presumir que exista una única forma
particular de vivir superior a las otras; tampoco podemos suponer que existe un
único sistema de valores definitivo.
Valores estimados y considerados como importantes por
una sociedad, pueden no tener la misma importancia, o ninguna, para otra. Los
valores que una sociedad determine como significativos, adopte y jerarquice en
importancia, se verán reflejados consecuentemente en sus comportamientos,
maneras, formas y estilos de vida. Por ejemplo, una sociedad que aprecie la
iniciativa, el trabajo y el comercio predominándolos por encima de otros
valores tiende a diferenciarse por el consiguiente progreso económico y
bienestar material general, resultado del interés y esmero priorizados hacia
dichas actividades. Aquellas comunidades que consideren la espiritualidad como
el más alto de los valores tienden a distinguirse por su pacifismo, actividades
de hermandad y oración. En aquellas donde se valoren la astucia y el engaño
tomándolos por inteligencia, tiende a prevalecer la desconfianza y la
inseguridad en lugar de la honestidad, armonía y el progreso. Y así. Una
sociedad que prioriza la rectitud, la creatividad, el respeto ajeno y la
tolerancia, así como otros nobles valores, genera y engendra tanto consciente
como inconscientemente circunstancias y condiciones favorables que conducen a
resultados acordes. Es decir, los valores no son únicos ni excluyentes, sino
que cada sistema y escala asumida conlleva a las consecuencias respectivas,
observables estas en la conducta colectiva de la sociedad, y estando su
identidad asimismo en función de dichas valorizaciones.
No se trata de presumir o imitar comportamientos, sino
de asumir valores positivos. El ser humano es maleable, flexible, y puede
adoptar cualquier sistema de valores, morales y éticas, para bien o para mal.
Puede convertirse en dios o en diablo, y su comunidad en paraíso o en infierno.
Aquellos valores que se asuman y se engranen en lo más profundo del
subconsciente y consciencia individual y colectiva es quizás el más
determinante de los factores en influenciar su conducta, así como su porvenir. Aunque
el individuo está constantemente sujeto
a presiones del entorno y de la sociedad, en realidad está en él, en su
iniciativa propia, responsabilidad e independencia de juicio discernir los
valores positivos, asumirlos; y así crear una sociedad digna y próspera.
"No son las malas
hierbas las que ahogan la buena semilla, sino la negligencia del
campesino"
Confucio (551 AC-478 AC) Filósofo
chino
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