La verdadera efectividad del poder no reside en su detección,
amenaza visible, o aplicación por métodos coercitivos discernibles, sino en
todo lo contrario: en su difícil reconocimiento. En la base de toda política, organización,
institución y estructura social creada por el hombre subyace una ideología, un
conjunto particular de suposiciones y pensamientos básicos que constituyen su principal
fundamento, justificación moral e intelectual, y razón de ser. Estamos rodeados
por ideologías, y el mundo está regido por ellas, mucho más de lo que solemos
imaginar.
El poder bruto por sí solo nunca ha sido suficiente
para liderar, controlar ni dominar una sociedad. Necesita ir acompañado además
de estrategia y planificación, de una justificación que lo vuelva aceptable y
noble en sus propósitos. De esa manera puede controlar al mayor número posible
de agentes y factores que generalmente integran una determinada sociedad; convirtiéndose así en un poder mucho más
completo, con mayor capacidad y considerablemente más eficaz y efectivo, es
decir logrando el consenso de la clase gobernada. Como señaló Adolfo Hitler: “la
fuerza es decisiva, pero el elemento sicológico es igualmente importante”,
mientras que Stalin aseveró que “las ideas son mas poderosas que las armas”. La
naturaleza intangible del elemento ideológico-psíquico
lo hace de difícil detección lo que impide reconocer su alcance así como también
frena una posible rebelión, a diferencia del elemento represivo, el cual,
además de detectable como blanco, genera rencor y sed de venganza.
Históricamente las clases dirigentes han ido de la
mano con las élites intelectuales de modo de obtener un apoyo ideológico tanto
para sus proyectos políticos así como para racionalizar y justificar en alguna
manera la existencia misma del poder ante la clase gobernada o subyugada. Numerosas ideologías han sido elaboradas a lo
largo de la historia en distintos lugares y sociedades para tales fines y han
sido provechosas para incontables regímenes de todos los tipos: desde las
monarquías absolutistas hasta las democracias modernas. Desde
la idolología del derecho del mandato divino y hasta la que considera al
mercado como la ley suprema, entre tantas otras corrientes de pensamiento, la ideología imperante constituye el cimiento invisible, la
estructura que rige y sostiene el sistema, cualquiera que este pueda ser. Como
bien señaló el británico John Maynard Keynes, uno de los economistas mas
influyentes del siglo XX: “Las ideas
de los economistas y de los filósofos políticos son más poderosas de lo que
comúnmente se cree. Realmente, el mundo se gobierna con poco más”. Es decir, estamos
sujetos e influenciados por las ideologías y doctrinas que subyacen, consciente
o inconscientemente, y a pesar de las buenas intenciones, detrás de toda propuesta,
agenda y decisión política.
Su misma dinámica para lograr subsistir hace que el
poder sea necesariamente ideológico. Estudiando filosofía y la historia del
pensamiento humano, además de las ciencias políticas, nos ayuda reconocer las
diferentes corrientes ideológicas que circulan, descifrarlas, así como discernir
creyentes, y las posibles decisiones políticas que podrán emanar de quienes en
el poder afirman adscribirse a un determinado pensamiento en particular.
“Los hombres
prácticos, que se creen completamente libres de toda influencia intelectual, son
generalmente esclavos de algún economista difunto”.
John Maynard Keynes (1883-1946) Economista británico
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