Nuestra fe en lo invisible, en aquello
difícil de concebir y comprender como un Dios Creador del universo, tiene una implicación
directa y palpable en nuestras vidas. Su influencia reside esencialmente en la
definición que le atribuyamos a lo indefinible, a aquella fuerza etérea que imaginamos
existe o percibimos en alguna manera, y que la mayoría simplemente llamamos
Dios.
El poeta sirio Ali Ahmad Said, varias
veces candidato al Nobel de la literatura y conocido por el pseudónimo de
Adonis, hace referencia a la relación existente entre nuestras creencias
religiosas y su impacto patente en nuestras formas de vivir cuando expone cómo
el monoteísmo se encuentra atado con el patriarcado. Adonis afirma, acertadamente,
que el monoteísmo es la negación del otro: “para un cristiano, un hebreo o un musulmán
la relación con el prójimo está constreñida dentro de un marco estrictamente
religioso, perdiéndose la centralidad del ser humano en sí.” Asevera que “su crítica
no es contra la fe, cualquiera que ella pueda ser, sino contra las
instituciones religiosas, puesto que el patriarcado está conectado a la idea de
un Dios padre absoluto, y niega la diversidad femenil.”
La diversidad que ello niega no se limita
únicamente a la de género. Patriarcado y monoteísmo son sinónimos de poder:
ambos implican y defienden la existencia del amo y el subyugado, de la
jerarquía y la subordinación a la autoridad. Consecuentemente en la sociedad se
imponen los sistemas de control centralizándose el poder e institucionalizándose
el privilegio, la supremacía, la desigualdad y la visión única (la promovida
por el poder). Las numerosas organizaciones, instituciones y sistemas políticos
y económicos que prevalecen en nuestras sociedades, incluyendo a las tres
principales religiones monoteístas del planeta así como otras, son estructuras predominantemente
jerárquicas con una cúspide minoritaria y generalmente patriarcal en sus
cúpulas. La jerarquía debilita al individuo puesto que depende de su reducida
autonomía a la vez que el concepto de un Ser Supremo justifica dicho sistema
bajo todo aspecto, incluyendo el metafísico.
Mientras que el monoteísmo es
esencialmente absolutista y excluyente; tanto en el politeísmo como en el
henoteísmo y en el monolatrismo una deidad tiende a prevalecer por sobre otras.
Pareciera ser que todas formas de deísmo y teísmo requiriesen de algún sistema jerárquico
con algún dios, jefe o figura única poderosa en sus cúspides, no
diferenciándose mucho este orden de cosas celestial con nuestra aparente
necesidad humana de venerar o de ansiar ser liderados. Si Dios no existiese
habría que inventarlo, refirió Voltaire.
Adonis nos recuerda que “el patriarcado y
el monoteísmo solamente tienen tres mil años de historia, pueden terminar, ya
que la humanidad vivió bien sin ellos”. Históricamente el poder político se ha
justificado ante las masas mediante el principio del derecho del mandato divino
concedido por, y en colusión con, el poder religioso. Nada más demostrativo en
apoyo de dicha realidad que la metáfora del buen pastor dueño y guía del inocente
y confuso rebaño de borregos tan frecuentemente referida por el sacerdote,
tácitamente implicada por el político, y tan sucintamente narrada en la Biblia.
"Las cadenas de la esclavitud solamente atan las manos: es la mente lo que hace al hombre
libre o esclavo"
Franz Grillparzer (1791-1872) Dramaturgo austriaco.
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