Es un hecho desafortunado que Dios haya sido monopolizado por las organizaciones religiosas. Debido a ello, resulta difícil hablar de aquello que supera a la realidad del hombre sin ser forzosamente asociado con la idolatría, la reverencia y otras evocaciones de índole religiosa. Pero Dios, o la noción de creación, es también una idea filosófica –secular si queremos-, es decir un concepto desligado de dogmatismos y accesible mediante el intelecto.
En la mayor parte del
monoteísmo Dios es entendido como el Creador del Universo: un ser único
supremo, ente omnipotente atemporal que trasciende nuestra realidad material sosteniendo
la creación y juzgando activamente los sucesos naturales. La principal razón
por la que una definición particular como esta sea la que predomine en nuestras
sociedades se debe esencialmente a que es la favorecida por el peso de la
organización religiosa y no porque sea necesariamente verdad.
Pero Dios en realidad permite
que el hombre lo defina como desea. De lo contrario ¿dónde quedaría su supuesto
amor incondicional e infinita misericordia y bondad, tan arduamente sostenido
por la teología religiosa? Desgraciadamente las religiones prefieren no
ilustrar esta inconsistencia, debido por supuesto en buena medida a su propia
naturaleza como organizaciones sustentadas en la estructura jerárquica, en el
autoritarismo y en el dogmatismo. Sin embargo, al comparar las numerosas religiones
y denominaciones que hay el mundo podemos notar que no solamente Dios tiene
distintos nombres, sino también carácter, atributos y propiedades. Inclusive en
la Biblia el Dios del Antiguo Testamento pareciera ser un ser totalmente
distinto (inmisericorde, celoso, vengador etc.) de aquel de infinito amor profesado
por Jesucristo en el Nuevo Testamento.
La idea de un ser supremo trascendental
que comunica exclusivamente con ciertos grupos privilegiados representantes de
la sociedad siempre ha sido la definición favorecida precisamente por las
elites y las clases dominantes. Tanto la casta sacerdotal como el poder
político justifican la legitimidad de su autoridad mediante el aval otorgado
por el (supuesto) poder divino. Nadie lo resumiera mejor que Nietschze cuando
dijo: “El hombre, en su arrogancia, creó Dios a su imagen y semejanza”.
En contraste, según la
visión panteísta de Dios como inmanente en toda la existencia, interior, equivalente
a la vida y compatible con el infinito, es una definición más justa que la de
un ser decisor externo unilateral. Un universo infinito excluye por definición
a un Ser Supremo que lo trascienda, mientras que el Dios interior deshace de la
necesidad de una clase sacerdotal que represente a la humanidad ante este Ser. Es
por esto que el panteísmo es considerado por la Iglesia Católica Romana como
una herejía. Pero en el panteísmo Dios no es una entidad singular particular,
sino un colectivo literalmente universal que incluye a todo lo existente de
manera orgánica, ecuánime y sin separación, supremacía, privilegio ni exclusión
alguna. Dios es todo, todo es Dios, y no hay nada que no sea Dios.
“Yo creo en Dios, solo que
lo llamo “Naturaleza””
Frank Lloyd Wright (1867-1959)
Arquitecto, escritor y educador estadounidense
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